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El barquinazo de Abengoa

Al final no pudo ser. Los bancos internacionales se han negado en redondo a financiar la operación de capital vasco    –Gestamp/Gonvarri– para terminar controlando el 28% del capital social de Abengoa. La historia se conoció ayer, tras decretarse la paralización en Bolsa de las cotizaciones del grupo andaluz. Algo insólito en su dilatada historia.

Por vez primera en muchos meses de crisis larvada en el seno de nuestra primera multinacional, la opinión pública y quienes dirigen los destinos políticos de Andalucía, nos hemos dado cuenta de la gravedad de los daños causados que, irremediablemente, conduce a la empresa al concurso de acreedores, vulgo suspensión de pagos. Todo ello sin olvidar los daños colaterales en el PIB andaluz a través del posible perjuicio a centenares de empresas.

La compañía  fundada por don Javier Benjumea Puigcerver, heredada por sus hijos a su muerte, ha acabado acumulando una deuda bruta de 8.903 millones de euros. Además, Abengoa tiene pendiente una deuda con proveedores de 5.469 millones de euros y su pasivo total, sin fondos propios, asciende a los 24.740 millones. 

Ha sido tan evidente el estudiado distanciamiento de Abengoa de su entorno social más inmediato, que hoy sus problemas se ven en Sevilla como si ocurriesen en Altos Hornos de Vizcaya.

Doctores tiene la Economía para que nos detallen las causas y motivos que han llevado a esta situación a Abengoa, poniendo en peligro miles de puestos de trabajo. Pero, al margen de los aspectos puramente económicos del crack, me gustaría reflexionar sobre el pasotismo que la caída de nuestra primera empresa ha generado entre la opinión pública y publicada de nuestro entorno.

Ni comunicados, ni manifestaciones, algún editorial escondido sobre el tema, cuatro o cinco opiniones cualificadas y paren Uds de contar. A todo esto, al apellido Benjumea ni tocarlo, como si ellos no tuviesen nada que ver con lo que está pasando en la casa que la familia ha gobernado toda la vida.

El barquinazo de Abengoa, para la inmensa mayoría de ciudadanos sevillanos y andaluces, está pasando desapercibido y, lo que más le debiera preocupar a don Felipe Benjumea, parece que a la generalidad les importa un pimiento lo que le pase Abengoa. ¿Por qué pasa esto? Muy sencillo. Independientemente de los errores de gestión cometidos por el equipo de la familia Benjumea, y que han acabado dando la cara, la compañía ubicada fiscalmente en Sevilla, ha pasado olímpica y tradicionalmente de sus relaciones con la ciudad sede. Puro formalismo y protocolo. Nada más. Ha sido tan evidente el estudiado distanciamiento de Abengoa de su entorno social más inmediato, que hoy sus problemas se ven en Sevilla como si ocurriesen en Altos Hornos de Vizcaya.

Finalmente y en otro orden, convendrá dejar sentado que lo que está sucediendo en Abengoa es un asunto que debe ser abordado con rigor y seriedad desde las instancias públicas, andaluzas y estatales, sin interferir en las soluciones del propio mercado, pero desde luego preocupándose por el futuro de miles de trabajadores, todos de alta cualificación, que a día de hoy dependen de la multinacional de energías renovables.

Pepe Fernández.
Editor
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