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Cultura del Mamarracho

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Caty León

De toda la vida de Dios han existido los mamarrachos. El mamarracho es un elemento esencial de la cultura de nuestro país y no sé si también de los otros. Supongo que sí, porque la naturaleza humana es la misma en todas partes y propendemos al exceso y a la superficialidad. Y el mamarracho tiene, como santo y seña, el ser absolutamente epidérmico. Traído por los pelos.

¿Qué es el mamarracho? Dícese de aquello que no pega ni con cola y que mueve a la risa. La definición es mía, no la busquéis en ningún diccionario. No hablo del esperpento, que es un nivel algo superior y con más enjundia intelectual. El mamarracho es de andar por casa, algo más cotidiano y hecho con retales. El retal es el gran invento de este país a la moda. Y no solamente a la moda del vestir, a lo que parece. Desde hace algún tiempo en España venimos asistiendo a un mamarrachismo inquietante. Porque se ha trasladado desde los hogares o, todo lo más, desde la calle o plaza, a toda una ciudad, una región, un país, ya digo. Antes sabías quiénes hacían de mamarrachos en la intimidad. Ahora ya los conoce todo el mundo. Son mamarrachos planetarios, conjunciones de cometas de esas que anuncian los astrónomos por el Internet.

Para que exista un mamarracho con todas las de la ley ha de haber, como previo, un desconocimiento supino sobre la materia en cuestión. Preferentemente es la Historia el sujeto de estas posturas exóticas, infumables y sin ninguna base científica, así que, cuanto menos sepa uno de quién y cómo descubrió América, qué dicen los evangelios apócrifos  (y los canónicos) y qué papel tuvieron en la guerra civil los héroes del nomenclator, pues mejor. Miel sobre hojuelas para la aventura mamarrachística de los que, ahora, tienen responsabilidades sobre vidas y haciendas.

[blockquote style=»1″]Como existen las redes, la gran novedad del mamarracho actual es que se viraliza de inmediato y ya no podemos esconderlo. Al contrario, el efecto contagio nos va a llevar a que todo el país se mamarrachice de la misma manera. Todos, incluso tú y yo, estamos a pique de ser mamarrachos cuando menos lo esperemos. Y tan felices.[/blockquote]

Como las cosas son más antiguas que el mundo hay quien cree que los mamarrachos son  un invento posmoderno. Una tendencia, algo cool. Nada de eso. Los mamarrachos se veían en cualquier celebración familiar, en cualquier boda, bautizo o comunión. Se observaban en la calle con ocasión de las fiestas patronales. Se podían contemplar en el teatro, en el cine o en la antesala del dentista. Porque el mamarracho no ha nacido ahora, aunque ese adanismo que nos inunda podía hacer pensar lo contrario. El mamarracho es algo muy nuestro.

Lo que pasa es que ahora el mamarracho se ha ideologizado. Lo que era una solemne estupidez se ha transformado en una actuación con sentido político o con marchamo social. Te vestías de Maria Antonieta en carnaval y eras un mamarracho. Ahora haces lo mismo y te asomas a un balcón y eres la musa del día de Reyes. Por ejemplo.

El tema de la paridad de sexos también da mucho pie a eso del mamarracheo. Te saltas la historia, la sagrada y la laica, sin más compromiso con la veracidad y colocas mujeres donde antes había hombres. Una operación de cambio de sexo en toda regla que, ya lo veremos, convertirá a Agustina de Aragón en Agustín de Aragón y a Cristóbal Colón en Cristobalina. Todo sea por la igualdad sufragística argumentada de los sexos humanos. Es decir, todo sea por escalar, lo más alto posible, la cumbre del mamarrachismo rampante. A ser posible con un vocabulario incomprensible, que hace del mamarracho una filosofía carísima de entender.

[blockquote style=»1″]Y lo que salta ahora es ser mamarrachos bien avenidos para ir acorde con los tiempos. Sin ir más lejos, el metro de Sevilla es un mamarracho y así podíamos enumerar una larga lista para que luego digan que los andaluces no estamos a la última.[/blockquote]

Si nos metemos en política a fondo, hay decisiones que son auténticos mamarrachos. Decisiones que nos afectan a todos pero que no podemos discutir, porque la democracia es así. El pueblo vota y luego los partidos se ponen de acuerdo entre sí, leyendo nuestro voto de la forma que mejor les viene y gobierna quien puede o quien tiene menos enemigos. En esto ocurre como en la vida. No sale ganando quién más apoyos concita sino quién menos inquina levanta.

Partiendo de esta base, algunos mamarrachos en forma de normas municipales surcan airosos los medios de comunicación en lugar de aparecer tranquilamente en el boletín de la provincia. Y las gentes del común estamos muy entretenidos con esta serie de cuestiones que todo lo ha convertido en un gran teatro medieval, donde los espectadores gritan, ríen, aplauden o gesticulan, según sea el mamarracho que se les ofrezca. Como existen las redes, la gran novedad del mamarracho actual es que se viraliza de inmediato y ya no podemos esconderlo. Al contrario, el efecto contagio nos va a llevar a que todo el país se mamarrachice de la misma manera. Todos, incluso tú y yo, estamos a pique de ser mamarrachos cuando menos lo esperemos. Y tan felices.

En nuestra tierra, Andalucía, donde disfrutábamos de un mamarrachismo bien asentado y lleno de tradición, todas las costumbres relacionadas con nuestra historia pasada se están tiñendo de la moda. Lo mismo da la Toma de Granada, que la Cabalgata de Reyes de Triana, que las primeras comuniones, que los bautizos laicos…Como noveleros que somos, aquí nos apuntamos a lo que salte. Y lo que salta ahora es ser mamarrachos bien avenidos para ir acorde con los tiempos. Sin ir más lejos, el metro de Sevilla es un mamarracho y así podíamos enumerar una larga lista para que luego digan que los andaluces no estamos a la última.