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Corrupción: dos varas de medir

Los andaluces perdonan los ERE y el atraso porque el PSOE es su partido

Caty León / Opinión.- Que la corrupción es una de las lacras de la sociedad actual no admite discusión. Nadie defendería la idea de que meter la mano en la caja, enriquecerse ilegalmente o aprovechar los cargos, públicos o privados, para ganar dinero, es disculpable. En las preocupaciones de los españoles expresadas en las encuestas que, periódicamente, ven la luz en los medios de comunicación, aparece como una cuestión esencial. Sin embargo, en la práctica, los puntos de vista sobre la corrupción varían dependiendo de quiénes sean los corruptos y de qué lado estén. 

En Andalucía, sin ir más lejos, las posibles responsabilidades en los casos ERE y Cursos de Formación, parecen diluidas en segundones de escaso relieve, sin afectar, al menos electoralmente, al partido en el gobierno. Termine como termine el juicio, si es que se celebra algún día, los políticos que han estado en el poder durante toda la travesía democrática de la comunidad y, por supuesto, el partido que los sustenta, deberían ser actores de primera fila en la resolución del caso. No puede ser de otra forma. La asunción de responsabilidades judiciales, inevitables, no parece, sin embargo, corresponderse con el veredicto de las urnas. Dicho de otro modo, los andaluces perdonan la corrupción si los supuestos corruptos son del PSOE.

Por el contrario, el castigo que ha recibido el PP por su propia supuesta (vamos a seguir usando la palabra) participación en acciones corruptas, ha sido más potente, no solo en Andalucía sino en toda España. Mientras que Bárcenas y sus mensajes aparecen como figuras actuales y omnipresentes, los ERE se han convertido en una suerte de arqueología política, algo del pasado, que, a la vista de los datos, no mueve molino. Un problema amortizado.

[blockquote style=»1″]Cuando se dice que Andalucía ha avanzado en estos años no se puede negar, pero tampoco que ese avance ha sido mucho menor del que cabría esperar de una comunidad con tantas posibilidades.[/blockquote]

Pensar en las razones de este comportamiento colectivo de la ciudadanía andaluza nos llevará a descifrar algunas de las características que nos convierten en un anacronismo en el conjunto de la nación. La única comunidad autónoma que, en toda la historia de la democracia desde 1975, ha tenido un único partido en el gobierno. La única que da la impresión de que no existe oposición que sea capaz de enhebrar un discurso creíble y de aupar a políticos que merezcan la confianza del pueblo. La única que mantiene este estatus monocolor, aun presentando cifras negativas en la mayoría de los aspectos socioeconómicos a los que podamos aludir. Cuando se dice que Andalucía ha avanzado en estos años no se puede negar, pero tampoco que ese avance ha sido mucho menor del que cabría esperar de una comunidad con tantas posibilidades.

Los andaluces perdonan los ERE y el atraso que todavía mantenemos, porque el PSOE es su partido. Y esto se extiende a una mayoría de la población. Andalucía es socialista. Y no con un voto prestado cada cuatro años, sino con un voto entregado, regalado, generosamente otorgado de por vida. Las agrociudades, las zonas rurales, el interior, son las sustanciales reservas de voto de una opción que está ampliamente arraigada, constituyendo el ADN de la población. Aquí funciona la dicotomía “los nuestros”, contra “los de fuera”. A “los nuestros” se les pasa la mano en casi todo y a los demás, ni agua. La pujanza de la costa, el papel de los núcleos urbanos, con un voto mucho más dinámico, no tienen la suficiente entidad como para contrarrestar la situación descrita.

[blockquote style=»1″]A los de nuestro equipo le perdonamos una mala alineación, una mala gestión y un entrenador sin visión de juego, pero, al equipo rival, lo mandamos a la hoguera en cuanto hay ocasión.[/blockquote]

Tampoco puede decirse que el principal partido de la oposición, el PP, haya actuado con inteligencia ni con astucia. Dan la sensación injusta de que acaban de desembarcar en Andalucía. La elección del candidato a la presidencia de la Junta en las últimas elecciones autonómicas fue un ejemplo claro de torpeza y dio la impresión (seguramente basada en hechos reales) de que era una operación impuesta desde Madrid y trazada de espaldas a la propia militancia andaluza. Esa sensación de que en el PP es Madrid la que decide se enfrenta a la ágil y teatral postura de los socialistas andaluces, que escenifican con acierto y con entusiasmo un papel propio a la hora de esas mismas decisiones. Ni tanto ni tan poco, diríamos. Pero es lo que parece traslucirse al exterior.

Por estos motivos y por otros que son largos de enumerar y que tienen que ver con el desarrollo histórico de nuestra tierra, con su evolución a lo largo de los dos últimos siglos, con la escasa vertebración territorial que sigue siendo una rémora para el avance y con la existencia de una masa acrítica escasamente dispuesta a la reflexión y muy dada al seguidismo partidista, como si de una cofradía o de un partido de fútbol se tratara, el caso es que la corrupción tiene entre nosotros dos varas de medir muy diferentes. A los de nuestro equipo le perdonamos una mala alineación, una mala gestión y un entrenador sin visión de juego, pero, al equipo rival, lo mandamos a la hoguera en cuanto hay ocasión. Todo menos agraviar a los nuestros.